Presentación de Augusto Chacón, Director de Jalisco Cómo Vamos:
Hace un tiempo sospeché que lo que hace Jalisco Cómo Vamos tiene todo que ver con lo que los demás son, con lo que los otros hacen o dejan de hacer. Reparar en esto no luce como el síntoma más contundente de perspicacia, cada que presentamos algún estudio, ciertos análisis o conclusiones basados en los anteriores, parecen quedar fijado, lejos, ese sujeto múltiple que son las y los tapatíos, y que hoy me parece no resuelvo con el truco de refrendar: no son, somos; de pronto me resultó desquiciante esta especie de estrado desde el que como si nada la organización disecciona casi con frialdad: he aquí lo que las y los tapatíos son, es decir, ustedes vistos por nosotros; es en este rol en el que reside lo desquiciante, de pronto lo sentí como truco para quitarme del escenario: Guadalajara con actores, los tapatíos, desde el que de cuando en cuando me corresponde hacer de narrador como a la distancia. ¿Quién es ese nosotros que comparece para decir de todos, de todas? ¿Por qué suscita curiosidad la voz de unos cuantos, poquísimos, que como vendedor ambulante les viene ofreciendo la imagen de una sociedad dada, de esta? Quizá porque ese misterio que son los seres humanos, de uno en una y ayuntados, no tiene más camino que auto representarse: mirar hacia fuera para ver dentro, en un gesto que durante milenios hemos repetido: alzar la vista una noche estrellada y oscura y atisbar el cielo, la otredad máxima y, no obstante, ver la Vía Láctea, de la que somos parte, con, en la que vamos siendo: nos asombra, y nos contiene y nos condiciona y la fabricamos, mientras la discernimos y la interpretamos.
Así es un poco lo que Jalisco Cómo Vamos intenta, y le doy respiro a mi desazón: la voz que hoy atestigua sobre el todo es parte de él, la menos conspicua sin duda; y desde su ejercer como congregación, revela y se revela: al decir ellos afirma un nosotros y pretende estimular a la congregación de yoes que es esta sociedad. De este modo, si no tienen inconveniente, me tomaré una licencia grosera, pero bien intencionada: hablaré desde mí, desde la primera persona del singular, no para destacar lo que Augusto Chacón opina, sino para intentar una expiación: lo malo tiene una dosis de mi intervención, y también lo bueno: la galaxia no es inmensa, es más, no es nada sin un yo concreto que asevere: te miro, te vivo, te modifico.
Creo que no hay un buen momento para incurrir en una ordinariez como ésta en la que ya me embarqué; sin embargo, este es peor que cualquier otro, ya que lo que ahora someto a su estima pertenece también a Corporativa de Fundaciones, su deseo de saber sobre un aspecto de las y los tapatíos es fruto del trabajo estupendo de Demoskópica y también de personajes: David Pérez-Rulfo, Ixánar Uriza, Francisco de la Peña, Ana Vicencio, Vicki Foss, Yashodara Silva, Ester Soto, Felipe Rodríguez, Javier Alatorre y dos mil 400 habitantes de esta noble y leal Guadalajara… y con todo y eso, insisto: lo que sigue lo contaré desde un flagrante, así apesadumbrado, ego. Deseo que no lo tomen a mal.
Cierto tic social que aqueja a no pocos se pone en evidencia en los picos que alcanza el estado de crisis, en casi todos los campos, que atravesamos, este tic se enuncia así: nuestro problema es que se han perdido los valores, y deja implícito que si los recuperamos pasaremos de “ler” a leer, por mencionar una sola de las taras que nos aquejan; o también se dice que si tuviéramos una base firma de valores transitaríamos de la violencia que nos envuelve, a la paz. Por supuesto, esto es discutible, porque de entrada ya veo la que se armaría se decidiéramos definir y jerarquizar esos valores: en morales se rompen preferencias; sin embargo, para alivio del debate, el que representa la solidaridad goza de consenso amplio, de ahí que Corporativa de Fundaciones se propusiera averiguar el estado de salud que aquélla guarda entre los habitantes de este llano de Atemajac.
Pero antes, una muy somera caracterización de los tapatíos, según su calidad de vida. Jalisco Cómo Vamos desde 2011 pide a una muestra de los adultos de seis municipios de Guadalajara que califiquen su calidad de vida del cero al 100. Como pueden apreciar en la tabla, ha subido, y en abril de 2016 presentamos un disección por nivel socioeconómico: los números me lo indican a las claras: en este intríngulis en el que está la sociedad en Guadalajara, la ponderación socioeconómica está directamente relacionada con la calidad de vida, entre 72 y 80 no únicamente hay ocho puntos, hay dosis no pequeñas de desigualdad, de dolor, de desesperanza, tantas que se me antoja más que hablar de valores ausentes, de los que hemos voluntariamente apartado: entre 72 y 80 se ceba la injusticia.
Quienes participaron en el estudio, calificaron del uno al siete aquello que a su entender es importante para llamarse buen ciudadano. Creo que la estimación que vemos en la gráfica indica que tienen más o menos claro aquello que es aceptado generalmente como rasgos de ciudadanos conscientes de sus deberes; nomás en cuanto la cosa apunta al rumbo de poner manos a la obra, ir más allá de la demagogia que asimismo se nos da a los ciudadanos, hay que pensarlo muy bien: sí, ser activo en asociaciones sociales y políticas luce importante en el imaginario de las y los tapatíos, está por encima de la media tabla, pero no llega al nivel que alcanza el dar cuenta de que saben lo que deben declarar. O lo que es lo mismo: ya lo sé, nomás no me presionen.
La preocupación por las otras personas y el intento por ayudarlas es intenso para uno de cada diez tapatíos. En contraste, la certeza de que es necesario ordenar la dirección del esfuerzo, priorizarla, es alta para tres de esos mismos diez: primero mi familia y yo, una vez atendido esto, es posible que me enfrasque en los negocios de quienes me son ajenos. Entonces, tenemos tres que ponen por delante a su familia, uno que se preocupa constantemente por lo demás y hace por ellos, es decir: van cuatro de los diez. Entre los otros seis hay uno, una, que si bien no se preocupa asiduamente por los que lo rodean, no descarta estar atento; de los cinco restantes, dos están muy cerca de la postura que podemos frasear: un, dos, tres por mí y por todos mis familiares, con ligeros matices comunitarios, y tres mantienen cierto equilibrio: ven por los suyos, y a un tiempo no desatienden a los otros.
Hagamos un contraste. La tesis es que la condición económica tiene que ver con la disposición más o menos prioritaria hacia las y los demás: esta gráfica sugiere que dos de cada diez no tienen problemas de dinero, incluso pueden ahorrar; a cinco les alcanza sin grandes dificultades; dos pasan penurias y a uno de plano no sólo no le alcanza, sino que sus aprietos son mayúsculos.
La solidaridad es un concepto, y lo tenemos bien instalado en la piel; lo malo es que eso objetivo con que la noción podría ser bien servida pasa, hasta donde vamos en la presentación, por dos condiciones: la disposición de ánimo, ésa que refulge cuando las deudas no nos atosigan y cuando llenar la despensa es sólo cosa de ir de compras, y por cierta capacidad para el dar que tiene que ver con la cartera. Ya lo vimos al principio: la mejor calidad de vida está entre el grupo socioeconómico que no tiene tribulaciones de índole financiera, y es el menos numeroso.
En esta tabla queda exhibida, otra vez, una insolidaridad histórica: la bonanza la gozan los hombres; las estrecheces recaen más sobre las mujeres.
Y regresamos a la teoría en la que somos campeones: en nuestra decena de muestra, siete creen que su hacer puede tener mucho o algún impacto en su comunidad, dos son prudentes y afirman que sería poco, uno asegura que ninguno.
Y de vuelta a la praxis: siete no hicieron trabajo voluntario el año previo al levantamiento de la encuesta; uno sí, en una organización, y tres por su cuenta.
En resumen: si la población de Guadalajara fuera de diez personas, tendrían en común el lugar de residencia y el manejo del discurso de la solidaridad, en tanto que los elementos que los diferenciarían serían: la solvencia económica, que dirige los afanes mentales de la mayoría hacia materias de naturaleza estrictamente personal, y la indisposición real, que va en dirección contraria de lo expresado, de la mayoría para hacer algo por los demás.
Ahora veamos lo específico del hacer, lo que genéricamente colocamos en la idea: participación.
Francisco Núñez de la Peña, Paco, coordinador del seminario de investigación de Jalisco Cómo Vamos, guía de los estudios que el Observatorio hace, recogió algunas frases: “Res no verba”, hechos, no palabras; “Las acciones dicen más que las palabras”; la sabiduría popular que rasca en la llaga y con la que podríamos seguir reflexionando: de lengua me echo un plato, o a ver si como roncan, duermen.
Paco asienta una definición para que no nos perdamos en los sobreentendidos: la Real Academia nos dice que la solidaridad es circunstancial, lo que implica -o sea que no está en el texto de la definición- que la solidaridad surge ante ciertas eventualidades, que no va uno por el mundo siendo constantemente solidario, o no basta serlo una vez para ganarse el mote de por vida. Y aquí viene a cuento la especie que circula, probada en los hechos, cada que hay un desastre natural: las tapatías y los tapatíos son fraternos si la coyuntura lo exige, se vuelcan a donar lo que sea necesario; a veces olvidamos el significado de los términos, o los resignificamos a fuerza de usarlos acríticamente: para evidenciar el grado de solidaridad de las personas, de un grupo de éstas, deben mediar circunstancias especiales.
En el ramo de los dichos: para 84% del estrato socioeconómico medio es muy importante ayudar a las personas en peores condiciones que uno; esto mismo asegura 76% de los pudientes. El nivel medio y bajo comparten con similar intensidad el aserto de que hay que hacer donativos por solidaridad, el porcentaje ronda el 45 para los dos.
En la columna de los hechos tenemos que 14% de quienes caben en el nivel alto hicieron trabajo voluntario el último año, sólo 7% de quienes componen la capa que denominamos “bajo”. En el mismo orden, 10% de las y los primeros efectuaron algún donativo; 4% de los segundos. Si no lo consideran descabellado, haré una ponderación estrictamente amateur, es decir: sin matemáticas: ese 4% debería multiplicarse por cinco, no para elevar el porcentaje de los que en el nivel socioeconómico bajo donaron, sino para llamar la atención sobre lo que representa dar dinero para quien, ya lo vimos, pasa grandes dificultades económicas: no es filantropía, no es mera solidaridad, es compartir.
Pero si el dinero es un bien escaso, o mejor dicho: abundante pero mal repartido, el tiempo es más democrático: las horas del día duran lo mismo para todos, por lo que contar las que dedicamos al trabajo voluntario o no retribuido indica el grado de inclinación personal, sin mediaciones de factores exógenos, hacia el servicio de los otros. Luce como que las mujeres son más generosas con él, con su tiempo, lo ceden por encima de la media, que es una hora y cuarto; en cambio, en Tlajomulco no llegan a una, y es entendible, si me permiten una especulación: a los habitantes de ese municipio se les va en ir y venir; en tanto que donde más dedican es en El Salto: dos horas con doce minutos, diarias, sí, es la demarcación en la que es más recurrente que la gente se queje de los escollos económicos que enfrenta, pero también es el lugar en donde el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil es más reconocido por la población abierta, según respondieron en el más reciente estudio de Jalisco Cómo Vamos.
Pero cuidado, no estamos hablando del total de la población, sino, como lo señala la acotación debajo de la tabla, de menos de la mitad, ya que 56% respondió que ofrenda cero horas para el trabajo voluntario no remunerado.
Un dato relevante, es decir, relevante para quienes, necios, aún proponen que el bienestar también se encuentra en el mundo no material, es que una dosis de trabajo voluntario incrementa la percepción sobre la propia calidad de vida… Digo una dosis porque como se ve en la tabla, no es un despropósito apuntar que por arriba de tres horas cada día, lo voluntario se acerca a tornarse imposición.
En los datos sobre la respuesta a campañas que piden donativos, resalto algunas curiosidades alrededor de los porcentajes más altos: las mujeres responden en mayor cantidad a la promoción a través de la radio y la televisión, los hombres se retratan más en la colectas callejeras y si se trata de redondeos en el supermercado y de dar en especie, las mujeres participan más.
Me llama la atención que la línea en la que aparece la Cruz Roja como ejemplo es el porcentaje más alto; hace apenas unas semanas el gobernador lanzó el anzuelo al sugerir que ante la crisis económica que pasa esa institución, vería la forma de incluir un “donativo” obligatorio a quienes refrenden su permiso para vehículo; la explicación puede estar en las líneas inferiores: los donantes no son tantos, más bien son pocos, pero constantes: casi todos aportan a más de una causa, a más de dos.
Internet es todavía marginal, a pesar de que la difusión a través de redes sociales electrónicas es cada vez más recurrida, pero por lo visto aún está en plan de satisfacer sólo a los dichos, no a los hechos.
Ahora un énfasis, breve: los hombres disponen del dinero con más libertad que las mujeres: sólo en el rubro “donar en especie”, que ya veíamos en la tabla previa, aquéllas van a la delantera. Aunque es verdad que las diferencias no son significativas.
Las organizaciones más beneficiadas por la largueza de los tapatíos son las religiosas, seguidas por las de salud y los donativos personales, luego van las educativas y las que atienden a personas con discapacidad. El resto, surtido rico, son marginales en cuanto al apoyo que la gente les dispensa. Es de notarse que para las causas religiosas sobresalen las donaciones en dinero.
Por lo que toca al voluntariado según el sector de la organización, el religioso se lleva la palma, aunque el porcentaje no es para presumir, como el que representa a los hombres: la labor voluntaria la desempeñan sobre todo las mujeres.
Pero bueno, ya pasamos por el dominio del discurso, o sea, lo que viene bien decir cuando de solidaridad, voluntariado o donaciones se trata; asimismo repasamos el enlace, o no, entre el decir y el hacer, y cuáles evidencias tenemos de los hechos en cuestión… pero, ¿basta saber lo que debemos hacer, es suficiente tener organizaciones, causas para cumplimentar el deber hacia los demás a que nos conduce la pertenencia a una sociedad? Veamos si el estado de salud que guarda la confianza entre quienes vivimos en Guadalajara abona a practicar la solidaridad.
Niklas Luhmann, sociólogo que formuló una teoría general de los sistemas sociales, en un ensayo que tituló Confianza, de los años 60 del siglo pasado, escribió esto:
La confianza, en el sentido más amplio de la fe en las expectativas de uno, es el hecho más básico de la vida social. Por supuesto que en muchas situaciones, el hombre puede en ciertos aspectos decidir si otorga confianza o no. Pero una completa ausencia de confianza le impediría incluso levantarse en la mañana. Sería víctima de un sentido vago de miedo y de temores paralizantes.
De acuerdo con él, “La confianza es el hecho más básico de la sociedad”, tan de acuerdo que asusta lo que el autor delinea al final de la cita: una completa falta de confianza nos haría víctimas de un sentido indefinible de temor que llevaría a la parálisis, ¿no nos parece familiar, no es ahora parte de nuestro estar y ser en Guadalajara el miedo que inhibe lo social, que constriñe lo económico, que parece cercenar cierto futuro?
Para 92% de quienes conforman el estrato socioeconómico medio no se puede ser tan confiado, y desde el uso que por acá damos al español, ya sabemos que ese “tan” es una concesión para no lucir groseros. En el fondo podemos sospechar las ganas de afirmar: no debemos confiar, y ofrezco una disculpa a Paco Núñez, a Vicki Foss y a Felipe Rodríguez, el equipo de investigación de Jalisco Cómo Vamos, por aventurar esta afirmación nada rigurosa, no dicha en la encuesta, pero advertí que me atrevería con un yo desmesurado. Por otro lado, 74% de los que están en el extremo boyante de la estratificación socioeconómica de la sociedad dicen lo mismo; tal vez confían un poco más porque la vida les ha dado menos topes.
Esto mismo se ve en la confianza en las organizaciones: 44% del nivel A,B, C+ confían en las organizaciones que piden donativos, 28% de los del nivel inferior opinan en el mismo sentido; de este último sustrato, 38% anuncia que la falta de transparencia es un escollo para donar, menos grave es carecer de transparencia para el nivel bajo: 25%.
Los tres niveles coinciden, en los alrededores de 80%, que prefieren donar directamente a quien lo necesita. Es decir: confían en ellos mismos, o al menos prefieren no tener dudas respecto a lo que un tercero hará con su donativo. Quizá resulte útil volver a Niklas Luhmann:
Ni la confianza ni la desconfianza son factibles como una actitud universal. Eso sería una carga ya sea demasiado riesgosa o demasiado grande. Ambas posiciones presuponen que uno está consciente de la posible conducta de otros como un problema específico. Uno confía si supone que esta conducta concuerda significativamente con nuestro propio patrón vida; uno desconfía si cuenta con que éste no será el caso.
Sí, los demás, los otros no suelen comportarse según el modelo que tenemos fijo en nuestro imaginario para nosotros, y desconfiamos; sigamos con la reflexión de Luhmann:
Aunque el que confía nunca carece de razones y es bastante capaz de dar una razón para otorgar confianza en éste u otro caso, el punto de tales razones realmente es sostener el respeto de sí mismo y justificarlo socialmente. Le evitan aparecer ante sí mismo y ante los demás como un tonto, como un hombre inexperto que no se adapta a la vida, en caso de que abusen de su confianza.
Así, parece que el mecanismo que debemos ajustar, lubricar, es el de exponer las razones para confiar y luego no traicionar la confianza, y la ganancia sería doble: los juicios que lleven confiar pasarían por útiles y además serían compensados con hechos verificables, que a su vez elevarían el grado de confianza.
Pero, ¿por dónde comenzar?
Tal vez por conocer cómo está la confianza en las instituciones. Luhmann sostiene que en los sistemas sociales, como en lo personal, existen disposiciones generales aprendidas para resolver situaciones problemáticas; cuando se presenta la duda, la desconfianza o la confianza facilitan la decisión cuando los mecanismos se nos plantean opuestos.
No es necesario refrendar que la complejidad social nos impele a buscar soluciones simples, la gráfica es contundente: optamos por resolver nuestra postura ante una realidad conflictiva y violenta con la desconfianza: sólo en el Ejército y la Iglesia la confianza es mayor que la desconfianza, de ahí en adelante: ni en los vecinos, hasta llegar a los partidos políticos que aquí se muestran como una anomalía, que si no viviéramos en una autodenominada democracia, podríamos llamar imposición autoritaria: los partidos políticos en México, instancias de interés público, subsisten contra toda lógica institucional. Pero ni las ONG o los medios de comunicación escapan a la prevalencia del desconfiar, sencillamente porque no vaya a ser que pasemos por tontos, ya que no es raro que nos queden mal. Y es para meditar intensamente que ninguno de los tres órdenes de gobierno goza de más confianza que la policía… y se asoma la voz de mi yo: tal vez porque la policía de cuando en cuando algunas asuntos solventa y somos testigos cuando esto sucede; en la otra vertiente, la de los gobiernos, es más común toparnos con la decepción: nos implicamos casi inevitablemente en el vaivén de la confianza al iniciar el sexenio o el trienio, y poco después nos damos de bruces.
En 2012 Jalisco Cómo Vamos hizo un estudio sobre desigualdad, nos correspondió evaluarla en Guadalajara, otras organizaciones hicieron lo mismo en otras diez ciudades de Latinoamérica, con el mismo instrumento para aplicar la encuesta. Cuando Corporativa de Fundaciones nos propuso asociarnos para la investigación que ahora presentamos, incluimos la pregunta cuyas respuestas ahora ven en la imagen.
Luce como que cuatro años de la segunda década del siglo XXI equivalen a veinte del siglo anterior: la sociedad modifica rápido y polarmente sus posturas, su reaccionar airado se acelera ante una realidad que no satisface sus expectativas. La pregunta que planteamos en 2012 y repetimos en 2016 fue: ¿cuál institución, según usted, contribuye más a paliar la desigualdad? El gobierno federal perdió mucho terreno, en los términos científicos que el Presidente de la República gusta usar para calificar a la sociedad que pretende gobernar, podríamos decir que el gobierno federal, en esta gráfica, recibe la factura del “mal humor”, que por lo demás: él y su gobierno han propiciado. Las organizaciones de la sociedad civil, en el imaginario de la gente, crecieron en cuanto a la percepción de lo que pueden aportar para reducir la desigualdad: sin tanto spot, sin tanta gira y programas multimillonarios dizque sociales, las personas les asignan un impacto similar al del gobierno federal.
Las escuelas y las universidades, para las y los encuestados, tienen un rol marginal si nos referimos a mermar la desigualdad, su avance entre 2012 y este año es menor, a pesar de que la educación siempre representa el papel de la reparadora de todas las taras socioeconómicas, y de valores, cómo no, que nos aquejan; en similar situación queda el gobierno del estado, quienes respondieron la encuesta no le conceden mayor impacto.
En el caso del gobierno municipal, y no olvidemos que este estudio es de alcance metropolitano, o sea que al decir “gobierno municipal” nos referimos a los que conviven en este territorio llamado Guadalajara, pero decía que en el caso del gobierno municipal hubo un retroceso importante: en 2012, 17% le otorgaron peso como adalid contra la inequidad, en 2016 apenas 4%; creo que no podemos explicar esto por la mera muda de gobernantes, en 2013 entraron unos, en 2015 a estos los relevaron otros, en todo caso no es descabellado atribuir esta altísima reducción, al deterioro sostenido de la imagen de los gobiernos locales, a las campañas políticas que generan expectativas que no se alcanzan, a la degradación de los servicios públicos, a la contaminación de la ciudad, al estado de las calles y las banquetas y a la inseguridad y a un etc. voluminoso, todo esto seguramente pesa gravemente sobre ese 4% que vemos tan descolorido frente al 17% de 2012.
Las empresas, con todo y las certificaciones de responsabilidad social, siguen rezagándose; pero matizaré: lo suyo no tiene como fin incidir en la desigualdad, disminuyéndola; sin embargo, han jugado un papel destacado en la opinión pública, se promocionan como contrapeso de los gobiernos, además uno ético, y es inevitable medirlas con este rasero, al menos podemos intuir que la gente así las evalúa.
Se antoja afirmar que en general ha crecido la desconfianza, pero las dos primeras barras nos desmentirían: la Iglesia la ha recobrado, de forma importante.
En lo que toca a la relación entre las personas… la tajada más grande del pastel se la lleva la desconfianza. Tal vez pudimos evitar esta tabla, quedaba implícita en la anterior. Pero nada perdemos y, de paso, recordamos que las empresas, las ONG, los gobiernos y las instituciones están integradas por individuos, son estos los que con su hacer, o con sus omisiones, propician la confianza, aunque mayormente, ya lo vemos, la desconfianza.
Y puede ser que de aquí se desprenda una pista: para alcanzar la confianza que nos urge para atender mejor y más profundamente nuestros problemas, no insistamos en promocionar instituciones, programas, causas o declaraciones, será más beneficioso refrendar los lazos personales entre vecinos y no omitir, por ejemplo, que para confiar en la policía debemos tener experiencias dialogantes y útiles con los y las policías; lo mismo aplica para la burocracia, para los funcionarios y los servidores públicos: para confiar en los gobiernos y en las instituciones es central lo que nos suceda en el intercambio con sujetos concretos, con una inspectora o con un cajero.
Conocer y confiar, podría ser un encadenamiento del tipo: te conozco, ergo confío; pero ya vimos que entre individuos es: no te conozco, entonces desconfío; aunque también acabamos de mirar otro caso: porque conozco a los gobiernos, a los partidos, no confío.
En esta tabla están los dos eslabones, la primer columna no requiere mayor explicación: los números son el porcentaje de encuestados que respondió que conoce a cada organización. La segunda es el tanto por ciento entre quienes dijeron conocer a la institución y la mucha y alguna confianza en ella que manifestaron; esta relación es hasta cierto punto compleja, para tratar de ilustrarla usaré el renglón que corresponde a Mi Gran Esperanza: 57% de las y los encuestados dijo conocer esta iniciativa, y de entre estos Vicki Foss tomó el grado de confianza que declararon, sumó mucho y algo, ambos, al fin, significan confiar, y resultó que 61% confía. En corto: de quienes conocen las causas que les mostramos, cuántos confían en ellas.
La relación ideal entre ambas columnas la representa la Cruz Roja: todo mundo la conoce, nunca mejor dicho, y 83% confía en ella, nada mal. La correspondencia que sospechábamos y que mostramos con datos duros es la del Teletón: su conocimiento es casi total, la desconfianza está en sentido contrario, o sea: la mercadotecnia sirve, en términos de dar a conocer, pero no inhibe la sospecha que corre por las redes sociales y de boca en boca, así esté mal fundada. Los Hospitales Civiles son, para efectos de contrastar lo que acabo de afirmar, paradigmáticos: el conocimiento sobre ellos es general y la confianza que suscitan es alta, por lo visto ajena al decir en corrillos que de repente asoma respecto a esta institución: el bien masivo que hacen se superpone a la maledicencia.
Todas son empresas sociales imprescindibles, por lo que hacen para personas concretas y por lo que abonan para incrementar el impulso hacia el trabajo voluntario, la donación y la solidaridad, y su nivel de conocimiento no es despreciable, inclusive para la que lo tiene menor, Mi Gran Esperanza, que más de la mitad de la población la tenga presente es un logro estupendo; no obstante, un mensaje envían estas cifras, uno contundente, para mí: deben incrementar la confianza que generan, al menos entre quienes las conocen. Pero luego del recorrido que hemos hecho por la información que arroja el estudio, está claro que es el rubro confianza que la sociedad entera debe afanarse, y no poco.
A manera de resumen: la calidad de vida de las personas que hicieron trabajo voluntario para una organización (una minoría) es mayor que la de quienes no realizaron ese tipo de trabajo (la mayoría).
La calidad de vida de quienes confían mucho en las instituciones es mayor que la de aquellas que nada confían: para la minoría que confía mucho en las organizaciones sociales o no gubernamentales es, en promedio, 83 en la escala 0 a 100 (vs. 75 para 34% de los encuestados que nada confía).
La calidad de vida de quienes confían mucho en las organizaciones que piden donaciones (una minoría) es, en promedio, 84 (vs. 73 para 27% que desconfía mucho).
¿Qué fue primero, el confiar que lleva a la calidad de vida alta, al trabajo voluntario y a las donaciones? O al revés: el voluntariado y las aportaciones apuntalan la confianza y elevan la calidad de vida.
Difícil saberlo, ¿podemos imaginarnos una multitud de testimonios que digan, por ejemplo?: antes era un desconfiado, no me involucraba en los problemas de los demás y sentía que mi vida era de baja calidad; desde que participo en esta organización -elijan una- los otros me resultan confiables y mi vida ha mejorado.
Pero independientemente de que pudiéramos identificar nítidamente las causas y los efectos, la siguiente conclusión pudiera ser incontrovertible: la solidaridad, la confianza y hacer por las y los demás, producen beneficios de ida y vuelta.
Estas conclusiones surgieron de un yo que firma Francisco Núñez de la Peña:
Hay una relación positiva entre trabajo voluntario y NSE. Hay una relación positiva entre donaciones y NSE. Hay una relación positiva entre calidad de vida y confianza en las instituciones y personas. La población de NSE medio es la más desconfiada.
Pues en éstas andamos: indagando sin perder de vista que somos también indagados; ir por ahí removiendo intimidades de las que la gente nos da noticia no es sino el movimiento natural del espíritu que piensa y que así, pensando, se pregunta con asiduidad: quiénes son ésas, ésos, que me hacen sentir que Guadalajara es la Guadalajara que me pertenece porque le pertenezco, y en la que soy precisamente porque los otros también son y, como escribió Octavio Paz, me justifican, es decir: al ser dan razón inapelable de mi existencia, y la interpelan.
Lo que desazona es que sabiendo esto, reconociéndome individuo entre la multitud de individuos, miro a cada uno de reojo pues se me impone la intuición del peligro que representan. Tal vez me amenazan porque sospecho que sus problemas son más grandes que mi voluntad y mis recursos para ayudarlos, y prefiero hacerlos ajenos mediante la herramienta de desconfiar, porque al cabo, está probadísimo: pienso mal y acierto, pienso mal para huir de la posibilidad de comprometerme; porque además podría suceder, las noticias están plagadas de casos así, que esos y esas con los que me topo en la calle decidieran súbitamente solucionar sus pesadumbres arrebatándome algo o agrediéndome nomás porque sí.
Y para que el desquiciamiento sobre el que avisé sea llevadero, para inclusive tornarlo pertinente, recurro al expediente de la vieja filantropía, tantito por aquí, una dádiva por allá; regalar lo que me sobra, lo que no uso, lo que no me gusta, para afirmarme un ser social; así de fácil mi alma queda relevada de cualquier cargo sin exponerme al riesgo de confiar, porque, lo sé, las buenas conciencias podrían reclamar por mi egoísmo, pero jamás por mi desconfianza, es bien sabido, lo sé: más vale.
A lo largo de esta larga exposición pasé por el puritito yo; ahora se me antoja terminar con las palabras de alguien que me merece toda la confianza, Raúl Bañuelos, con su obra ha sido generoso, o tal vez sólo ha sido solidario: su voz nos dice a todos, de todos, y nos anuncia de una manera que sólo la poesía: nos incluye sin nombrarnos…
Quizás mañana sea otro día pero cómo.
El humo sigue circulando.
Podrá haber otro camión, otro camión y otros pasajeros,
pero es el mismo boleto.
Podrá haber otro instrumento, distinto borracho,
diferente prostituta,
pero si la calle no la oxigenamos y dejamos ver
claramente las personas el cilindro seguirá tocando la canción misma de la noche
«…quizás mañana
Niklas Luhmann, Confianza, Anthropos Editorial, Universidad Iberoamericana, España, 2005, pp.: 43, 125, 126
Raúl Bañuelos, Bebo mi limpia sed. Antología Personal, Ediciones Arlequín, Guadalajara, 2001, p. 89
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