[spb_column width=»1/4″ el_position=»first»] [/spb_column] [spb_column width=»1/2″] [spb_text_block pb_margin_bottom=»no» pb_border_bottom=»no» width=»1/1″ el_position=»first last»]
¿Qué características tienen los funcionarios modelo? ¿Es relevante si son promiscuos? ¿Debería convencernos si van a misa a diario? ¿Los hace más precisos o más sensibles haber llegado sólo a la primaria?
Se podría hablar de varias corrientes de pensamiento, hay quienes sostendrán que una buena función pública es aquella que administra de una manera prodigiosa los recursos públicos. Hay quienes a esta respuesta le añadirían un matiz de transparencia y rendición de cuentas. Finalmente, hay quienes piensan que un buen administrador público debe buscar el beneficio para la mayoría, particularmente para aquellas personas que menos tienen.
Cualquiera que sea la definición que más nos guste, debemos confesar algo: en México, aparentemente, ser un buen funcionario público no importa, lo que realmente interesa es tu vida personal.
En los últimos meses hemos sido testigos de una serie de escándalos que involucran tanto a funcionarios públicos, comunicadores o miembros de partidos políticos que deben llamar nuestra atención porque tienen como arena de batalla la vida personal de estos profesionales. ¿Estas personas deberían de ser diferentes a nosotros? Es decir ¿tendrían que estar exentos de vicios, fallas, errores que tenemos en nuestro día a día? A mí me parece que no, que debemos enjuiciarles exclusivamente sobre su desempeño en la función pública.
Es triste ver que en nuestro país es más fácil que te despidan del gobierno por un escándalo sobre tu orientación sexual que por tu incompetencia repetida.
El dispendio, el uso indebido de los recursos públicos, la falta de rendición de cuentas, la corrupción, los abusos de autoridad y el tráfico de influencias deberían ser las actitudes más reprobadas de la función pública. Dicho de otra manera: que si la diputada le gusta la copa o al senador andar de cachondo nos debería importar muy poco siempre y cuando no se antepusiera a su encargo público.
Y mucho cuidado, yo no sostengo que las expresiones que incitan al odio, la corrupción o el uso de recursos públicos para beneficio personal sean vida privada, eso debe reprobarse siempre. Tampoco creo que sean deseables las fallas morales o vicios, sólo quiero que lleguemos a preguntarnos ¿Somos en todo momento esas personas justas, rectas, sobrias, castas que le exigimos a nuestros servidores públicos? O más bien ¿no son esas exigencias una lista de nuestras carencias morales?
Texto publicado originalmente en Más por más y reproducido con permiso del autor. Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores son a título personal y no necesariamente reflejan la postura de Jalisco Cómo Vamos.
[/spb_text_block] [/spb_column] [spb_column width=»1/4″ el_position=»last»] [/spb_column]
Deja una respuesta