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“Leer es bueno”. Leer, a secas, es lo que una persona debe hacer si quiere “salir adelante”, “ser culta” y “saber mucho”, pero ¿qué tan cierto es este mito?
En los programas de noticias será un escritor reconocido en el medio el que dictamine que el último libro de sutano es im-per-di-ble. Todos lloraremos agriamente la muerte de tal o cual escritor (hayamos o no leído su obra). Todos presumiendo a los libros como una solución cuasi mágica a todo. Como si la página, por el hecho de ser leída, lo volviera a uno menos bruto, más audaz y, sobre todo, ¡más ético!
La primicia de quien sostiene este argumento suele ser ramplona: “Leer es bueno porque leer te hace pensar, te hace ponerte en los zapatos del otro, te vuelve más crítico, te informa, te abre los ojos, te hace mejor persona”. Pero, ¿Por qué leer te hace mejor persona o más inteligente? Las respuestas suelen ser unas cátedras de cómo un credo se muta en verdad universal y el alquimista que procura dicha transformación termina confundido, aturdido o con una gran sonrisa en la cara que dice “bueno, cada quién piensa lo que quiere”.
Me llama la atención que pocos reparen que no es “leer” lo que es importante, sino lo que se lee, pues el contenido delineará si el texto es una experiencia verdaderamente retadora, inspiradora o conmovedora para el lector y no el simple hecho de mover los ojos.
Desde tiempos remotos, grandes monarcas, líderes políticos y militares altamente capacitados, con estudios profundos en humanidades, ávidos lectores y consumidores constantes de las Bellas Artes fueron capaces de realizar crímenes masivos, inhumanos, históricos e infames, rompiendo el mito de la naturaleza transformadora y positiva de la lectura (o de las artes en general).
A pesar de esto, coincido con quienes piensan que las artes son creaciones individuales que pueden trascender en otras personas de manera contundente. Leer a mí me cambió la vida y me encantaría que lo hiciera con muchos hombres y mujeres, pero no creo en un mundo simplón donde el camino que me funcionó a mí debiera ser, por consecuencia, el único sendero para cambiar la vida de alguien más.
Por eso no creo en las campañas de lectura masivas. Muchas de éstas suelen sólo ser un pretexto para deducir impuestos. Son las mismas que en 10 años no han logrado aumentar la cantidad de libros que se leen en este país (2.9 libros al año, según CONACULTA)
Leer no es bueno ni malo por sí mismo. Es como ir a la tienda, reunirse con amigos o llamar al servicio funerario. Leer es una oportunidad, en todo caso, para abrirse al otro (como lo son, con sus respectivas limitantes, el reggeaton o los anuncios espectaculares). El otro puede ser ese fantasma de indolencia y plasticidad que prolifera en los libros de autoayuda y también puede ser el perfume de los campos que recuerdan a la infancia.
Por eso hoy la crítica a las campañas de lectura masiva, pues sí creo en el poder de la recomendación entre cercanos de lecturas que cambian vidas. Por eso hoy critico al “leer por leer”, porque encuentro un gran placer al ser retado por un autor sin importar si es una lectura “inculta”, un cómic o un dicho popular.
Y, sobretodo, porque considero importante seguir preguntándonos sobre los mitos que hemos construido alrededor de las artes, la política o la fe. En la medida que continuemos el debate, creo, nos encarrilaremos hacia el conocimiento real.
Texto publicado originalmente en Más por más y reproducido con permiso del autor. Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores son a título personal y no necesariamente reflejan la postura de Jalisco Cómo Vamos.
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