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El dato de desaparecidos en México en esta y la anterior administración federal, de más de 25,000 personas, cifra que se depura pero que sigue siendo alarmante, nos pide a gritos hacer todo por que este país cambie de raíz, para que nadie, ni en Iguala, ni Allende o La Barca pueda lastimar a una familia al grado de obligarla a buscar a ese ser querido que ya no volvió a casa. La desaparición es un eufemismo, decía Laura Bonaparte, de las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina, pues nadie “desaparece” nunca: lo matan o lo esconden. Y para enfrentar eso, ella, que tuvo a siete de sus familiares desaparecidos, concluía con esta reveladora frase: “Una nunca sola puede nada. Una no puede nada si no está solidariamente sostenida.”
Consolar a quienes tienen un ser querido desaparecido no es un deber que deba ser litigado con códigos en mano (aunque así se ha tenido que exigir en México): resulta de un mínimo de solidaridad para sostener el esfuerzo de quienes, agraviados de modo extremo, viven duelos alterados, navegan en medio de una burocracia muchas veces insensible, reestructuran su vida familiar, fabrican a diario la esperanza para los hijos sobrevivientes, y consiguen sustento si quien se fue era el proveedor.
Guadalupe Aguilar, tenaz mujer cuyo hijo José Luis Arana Aguilar desapareció en enero de 2011, buscado incansablemente ante la indolencia de muchas autoridades, logró que el cardenal José Francisco Robles, arzobispo de Guadalajara, oficiara una misa en catedral por los desaparecidos en la festividad de Difuntos el domingo pasado. Cerca de cincuenta familias acudieron con las fotografías de sus deudos. Jalisco, mayoritariamente católico, es el segundo Estado con desaparecidos: más de 2,300. Son cifras que regateó un procurador del sexenio pasado, que ahora aspira a ser candidato de Acción Nacional como Alcalde de Guadalajara…
Las cifras apenas pudieron irse cuadrando en esta administración, gracias al trabajo y presión de organizaciones como Familias Unidas por Nuestros Desaparecidos en Jalisco (FUNDEJ), el Congreso Ciudadano, Bordemos por la Paz y otras.
El Coro de Infantes de la Catedral estuvo espléndido en la celebración. El evangelio parecía ad hoc para intentar el consuelo: “Estuve desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, tuve hambre y me diste de comer…” Hubiera bastado agregar: “Estuve desaparecido y me buscaste; me enterraron, y me sacaste a la luz”. Pero el cardenal fue más bien parco en su homilía. Me dicen quienes lo conocieron en Toluca que le gusta cantar y que tiene una entonada y poderosa voz. Habrá que animarlo a que encuentre, quizá cantando, un modo de expresión que le permita consolar como pastor a esta parte de su grey tan lastimada. Una iglesia que practique la ternura se parece más a ese Jesús que tanto se detuvo a consolar. Y que también tronó contra la injusticia.
Texto publicado originalmente en Luciérnaga Ciudadana (en La Rotonda de El Informador) el 7 de noviembre de 2014 y reproducido con permiso de la autora. Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores son a título personal y no necesariamente reflejan la postura de Jalisco Cómo Vamos.
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